Discurso del Alto Comisionado en la ceremonia de graduación de la promoción de 2025 de la Escuela Walsh de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown 424n6d
Discurso del Alto Comisionado en la ceremonia de graduación de la promoción de 2025 de la Escuela Walsh de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown 4m3m5h

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, durante su discurso en la ceremonia de graduación de la promoción de 2025 de la Escuela de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown.
Gracias, Presidente Groves, por su presentación. Y gracias, Nabin, por leer esta hermosa mención.
Gracias, Universidad de Georgetown – Decano Hellman, Rector Colbert – por este título honorífico: como alguien que se benefició, en su juventud, de la educación jesuita, esta distinción especial me halaga y me conmueve profundamente. Es un honor estar aquí, también en nombre de los millones de refugiados con los que mis colegas del ACNUR trabajan cada día en todo el mundo.
Y gracias a todos y todas por permitirme formar parte de su ceremonia de graduación: permítanme empezar dando mis más sinceras felicitaciones a la promoción de 2025 de la Escuela de Servicio Exterior de Georgetown.
Obviamente, ustedes y yo nos encontramos en los extremos opuestos de nuestras respectivas trayectorias profesionales: yo, mirando hacia atrás tras muchos años de servicio; ustedes, seguramente, mirando hacia delante, hacia un futuro prometedor. Y, por supuesto, muchas cosas son diferentes en nuestra experiencia: cómo interactuamos con la tecnología, por ejemplo, para descifrar el mundo y comprender nuestro lugar en él. Los filtros culturales a través de los cuales abordamos los acontecimientos históricos o interpretamos las dinámicas políticas no son los mismos, como es normal que sea en este mundo en rápida evolución. Somos inevitablemente diferentes – incluso podríamos decir extranjeros – de maneras sutiles y menos sutiles.
Pero hoy me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones sobre las cosas que compartimos: valores que trascienden el tiempo y la experiencia. Como el compromiso de servicio que está en el nombre de esta escuela y que – no me cabe duda – tiene su lugar en cada uno de ustedes. El mismo compromiso con el cual esta institución – junto con todos aquellos que les han ayudado a lo largo del camino: padres, amigos, profesores, las comunidades a las que pertenecen – les ha preparado al iniciar su vida profesional.
Sé que el difunto Papa Francisco – el primer Papa jesuita – ocupa un lugar especial en el corazón de esta gran institución. También lo ocupa en el corazón de mi organización, y en el mío. El Papa Francisco fue, como acaba de recordarnos Nabin, un defensor de los refugiados. Un faro de claridad moral que habló con fuerza sobre el sufrimiento de los millones de personas que hoy se ven obligadas a huir de sus hogares y, con demasiada frecuencia, de sus países a causa de los conflictos y las persecuciones. Forzadas a abandonar sus comunidades, sus estudios, cuando no sus sueños, en busca de seguridad.
Vivimos en un mundo en el que las fronteras siguen teniendo importancia: política, económica y culturalmente. Pero al elegir dedicar su vida al servicio exterior, por definición, están eligiendo mirar más allá de las fronteras de su país. Y no se trata sólo de que se proyecten hacia una carrera internacional. También deben saber que están eligiendo – conscientemente o no – dejar entrar a los extranjeros, convertir a los forasteros – a los refugiados, para referirme a mi propia experiencia – en sus hermanos y hermanas. Están eligiendo acogerlos como uno de ustedes. Fratelli tutti – una fraternidad común – como tan bellamente dijo el Papa Francisco.
Y al asumir esta enorme responsabilidad – un privilegio, incluso, lo definiría – deberán estar preparados para enfrentar cambios y desafíos, a veces de formas incómodas. Los que tengan hermanos o hermanas sabrán a qué me refiero.
Porque el mundo es incómodo. La guerra y el desplazamiento vienen acompañados de olores, de ruido, de dolor. El sufrimiento humano es convulso. Se puede sentir y tocar. Es una experiencia visceral, desorientadora, angustiosa, chocante. El sufrimiento es cualquier cosa menos abstracto, porque afecta a personas. Y las personas son complejas. En un momento te enfrentas a historias espeluznantes de violencia sexual – que es, lastimosamente, la realidad cotidiana de muchas mujeres, niñas y niños en situaciones de conflicto – e inmediatamente después observas la increíble generosidad de comunidades que acogen a los refugiados por un sincero espíritu de compasión, a pesar de ser tan pobres como ellos. Y esas mismas dinámicas se pueden detectar en todas las crisis. No nos podemos sustraer a la paradójica conclusión de que, si bien no hay límite a lo que las personas pueden hacerse unas a otras, tampoco lo hay a lo que pueden hacer unas por las otras. De que, incluso en los momentos más oscuros, hay esperanza.
Les ruego que nunca pierdan de vista esa esperanza.
Porque – y yo debería saberlo: trabajé más de 40 años como humanitario, comenzando mi muy particular tipo de “servicio exterior” como joven voluntario en los Servicios Católicos de Socorro, en la frontera entre Tailandia y Camboya, en los años 80 – habrá momentos en los que estarán tentados de rendirse. Estarán tentados de encerrarse en ustedes mismos cuando los problemas parezcan demasiado grandes. Habrá momentos – y estamos pasando por algunos incluso ahora mismo – en los cuales será más fácil pensar solamente en lo que representa un beneficio para ustedes. En lo que hará más fuerte y feliz a su gente, a su comunidad, a su país. Pero eso es una ilusión. Sigo creyendo en el poder de trabajar juntos más allá de las fronteras. Creo en ese concepto bastante extraño pero importante que llamamos multilateralismo. Creo que algunos de los problemas a los que se enfrenta el mundo hoy en día – el desplazamiento forzado es uno de ellos, pero hay muchos más – no pueden ser resueltos solamente por un país, independientemente de lo poderoso que sea ese país.
Por ello, necesitarán valor y convicción para mantener el rumbo. Porque eso es liderazgo. Liderazgo, en estos tiempos complicados, como suelo decir, y como nos recuerda la extraordinaria onición evangélica, es ser prudentes como serpientes e inocentes como palomas. Liderazgo es permanecer fieles a sus valores y a su compromiso de servicio, incluso frente a la adversidad.
Los verdaderos líderes entienden que sólo se avanza realmente cuando se llevan a los demás con uno. Cuando avanzan juntos. Así, les animo, como líderes del mañana, no sólo a mirar hacia delante o hacia arriba, sino también a mirar hacia atrás, para recordar a quienes han sido olvidados o apartados.
El nuevo Papa León XIV, hace unos días, citó a San Agustín y quiero compartir esas palabras con ustedes, porque son hermosas: “Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos”.
El futuro es el tiempo de ustedes. Ustedes tienen el poder de definirlo. Y mientras lo hagan, recuerden vivir bien y hacer el bien.